Espíritu de Dios en nosotras

Carlos García de Andoin

            De lo que va este 8-M, como los demás, es de lucha contra una dominación secular, del hombre sobre la mujer. Una dominación que se traduce en abusos sexuales, violaciones y asesinatos; que, de forma más “civilizada”, se manifiesta en la mayoría de nuestra sociedad en forma de desigualdad salarial, sub-representación en los vértices de poder de las organizaciones, sobrecarga de las tareas familiares y trata de mujeres con fines de explotación sexual. ¿Qué es lo nuevo? El hartazgo de que, a la altura del año 2018, de forma alarmante, la igualdad no avanza como debiera, que por momentos retrocede.

Con este movimiento emancipatorio, el cristianismo, si quiere ser fiel al Jesús de los Evangelios, no puede sino estar a favor, sumando y por qué no multiplicando. No es otra la posición del máximo representante de la Iglesia católica. En una carta del papa, publicada a modo de prólogo, en el libro Diez cosas que el papa Francisco propone a las mujeres de Teresa Compte-Grau, escribe: “me preocupa que siga persistiendo cierta mentalidad machista, incluso en las sociedades más avanzadas, en las que se consuman actos de violencia contra la mujer, convirtiéndola en objeto de maltrato, de trata y de lucro”.

El movimiento feminista introdujo el concepto de género para poner de manifiesto, que estas relaciones de dominación, no están determinadas biológicamente, por el dato sexual, sino que están construidas socialmente, que son producto de una historia en la que se entreveran mentalidades culturales, intereses y relaciones de poder. Y que, por tanto, no sólo deben ser cambiadas conforme a la igual dignidad humana de mujeres y varones, sino que pueden ser transformadas, porque no son naturales, sino producto de la voluntad humana. Dice una de las figuras preminentes de la teología política, Juan Bautista Metz que la política es “la esfera donde se lleva a cabo la historia del dominio y la liberación” de la humanidad, esto es “el espacio propio de la creación de la libertad por la transformación de las estructuras existentes”. Esta es la perspectiva adecuada para interpretar el concepto de igualdad de género. El avance efectivo de la igualdad requiere no sólo políticas parciales, sino la modificación de una visión sobre el ser de las mujeres y de los varones, la relación entre ellos y la asignación consecuente de roles, que, habiendo sido construida y reproducida culturalmente, perpetúa, desde esquemas culturales y estructuras sociales ancestrales unas relaciones de dominación, discriminación y, en el extremo, de violencia.

Desgraciadamente, las religiones, salvo la loable excepción de algunas iglesias protestantes, van por detrás e incluso marcha atrás, en el compromiso por la igualdad. Muy unidas a tradiciones culturales patriarcales, reproducen la ideología de género, del otro género, el machista. De la misma forma que a través de la Laudato Si, la Iglesia católica ha acogido, agradecido y discernido y se ha comprometido en la causa ecologista desde su propia tradición, falta este ejercicio con la reivindicación de la igualdad de la mujer, que es uno de los grandes signos de nuestro tiempo, del modo que se expresaba el Vaticano II. Sin duda, hay cuestiones en las que se mantendrá el desacuerdo: como el discurso liberal-individualista del derecho a decidir respecto del aborto o ciertas perspectivas extremas que niegan todo papel al hecho diferencial biológico. Pero hay otras, muchas más, en las que la convergencia en la acción debiera ser natural y fácil. Mencionaré cuatro: primero, la acción contra la desigualdad en el mundo del trabajo: en condiciones laborales, contratación y salarios; segundo, la perspectiva de género en la acción de cooperación al desarrollo, donde la pobreza y el analfabetismo en el mundo tienen rostro de mujer; tercero, en la erradicación de la violencia contra la mujer, los abusos sexuales y la trata con fines de explotación sexual; y, en cuarto lugar, para hacer frente a una maternidad subrogada que mercantiliza el cuerpo de la mujer. Por todo ello, lejos de verse el feminismo como un adversario, debería ser visto básicamente como un aliado.

Indudablemente, a estas alturas, la Iglesia católica sólo será creíble en aquella medida en que se disponga a una conversión efectiva a la mujer, al modo de la conversión ecológica y pastoral que Francisco reclama. No basta decir que ellas ya participan en las comunidades cristianas. A pocos cabe la duda de que, sin las mujeres, la primera institución que pararía es la propia Iglesia. Los retos a afrontar son muchos. Es preciso modificar la mentalidad paternalista hacia la mujer, así como la visión marcadamente maternal de esta. La mujer es mujer, adulta e igual. El imaginario religioso femenino que la reduce a madre, esposa o hija, entorpece su dignidad en la Iglesia. Por otra parte, a muchos en la propia Iglesia católica resulta difícil comprender la negativa al ingreso de las mujeres en el ministerio ordenado con el argumento de que Jesús las excluyó de él de modo intencional y definitivo. No parece que ello pueda deducirse del Evangelio. En cualquier caso, ¿qué razón le habría llevado a crear un grupo de seguidores varones, de no ser porque su horizonte cultural era patriarcal?

Urge una conversión morada en la Iglesia. Sí, el Espíritu de Dios [está] en nosotras. Así titula su canción el grupo musical de mujeres Ain Karem –nombre del lugar donde la tradición sitúa el encuentro entre Isabel y María embarazadas-.

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