Lo propio de un creyente es unir fe y vida, leer la vida desde Dios y encontrar a Dios en la vida. El catequista, persona creyente y testimonial, busca poner en contacto, para el encuentro, al catequizando -en nuestro caso al niño que se inicia en la fe- con Dios, para que comience a establecerse una relación intersubjetiva que fundamente una verdadera autonomía humana en el catequizando. Es la relación personal con nuestro Dios, con el Padre, lo que nos configura como cristianos, como seguidores de Jesús, que supo vivir unido al Padre en todo, y que para ello se ponía a la escucha constante de lo que Dios le podía decir en las cosas de cada día, por eso oraba en la mañana temprano, al terminar el día, en el camino, en el lago, en el monte, en el llano, con otros, en soledad… hasta en el templo, por eso se enfadó cuando vió que no rezaban de verdad y se dedicaban a negociar con lo religioso, con la casa del Padre. Muchas veces me pregunto cómo será la oración, el diálogo de nuestros catequistas con el Señor. El otro día María José, estaba emocionada por la vivencia con uno de sus niños de catequesis, y me hablaba en tono de oración sincera. Le pedí que hiciera el esfuerzo de escribir esa oración que me estaba expresando y ella, sabiendo que puede enriquecer a otros, y deseando contar lo que el Padre le había concedido, lo ha hecho para poder compartirlo y aquí lo tenéis.

La oración agradecida de la catequista

Cada sesión de catequesis es un nuevo regalo que el buen Padre me ofrece, pero también es una nueva prueba en la que me siento examinada por El. Aunque a decir verdad, me presento siempre a ese examen alegre y con la confianza de que El me acompaña y no me va a dejar sola, al menos así es como se lo pido cada día: “por favor, Padre pon en mi boca tus palabras para que sea capaz de transmitir a estos niños que me has encomendado todo lo que sé (que es muy poco) sobre ti, pero especialmente que consiga hacerles llegar todo tu Amor”.

Hoy no ha sido un día cualquiera, ha sido uno de los días más ricos en emociones que he tenido desde que empecé a realizar el servicio de catequista en la parroquia.

«Como cada día llegué con la alegría de volver a estar con los pequeños, disfrutar con su inocencia, llenarme de sus risas y travesuras y al mismo tiempo aprender con ellos y de ellos, pues no hay sesión de la que no me lleve una nueva enseñanza: la facilidad que tienen para perdonarse y volver a ser amigos, la generosidad con la que comparten sus libros, lápices, etc.

Pero (siempre hay un pero) este nuevo curso se me presenta un reto al que no estaba segura de saber hacerle frente y es que en el grupo de “peques” que acompañaré, junto con otra catequista y hasta el día de su Primera Comunión, hay un niño diferente, un niño con TEA (trastorno del espectro autista). Difícil, por supuesto, y en especial por no tener preparación en este campo.

Sentí duda e incapacidad pero como siempre me abandoné en las manos del Padre. Y el Padre me hizo el regalo. El regalo de ver la cara de satisfacción y la alegría de Alberto por el trabajo que había realizado durante la sesión de ese día: una ficha para repasar, colorear y completar sobre el tema que estábamos trabajando, la Biblia. Alberto me abrazó, me cogió de la mano y me traspasó su satisfacción, me contagió su alegría y me inundó de felicidad. Me dio mucha paz, pero sobre todo hizo que mi confianza en el Padre creciera al mil por uno.

Alberto me mostró el rostro de Dios, del Dios que se nos muestra débil, del Dios que nos pide que estemos con los ojos abiertos y los oídos atentos, del Dios que cada día nos pone a prueba pero también del Dios que nos ama y que jamás nos abandona.

Sé que Alberto no siempre estará en la misma línea de hoy, pero igualmente sé que en esos momentos el buen Padre también estará conmigo.

Hoy le doy gracias por el regalo que me ha hecho a través de Alberto.»

María José Hurtado Morera. Catequista en la Parroquia de Guadalupe en Badajoz.

Por José Moreno Losada

Via Religión Digital