Una vez más viernes a sexta hora. Última hora del día y de la semana. Vengo rápido desde el edificio anexo, sólo tengo tiempo para cambiarme de una clase a otra. Me encuentro con ese grupo de alumnos de 3º E, que si bien tienen un gran interés por aprender, hablan y están en clase con la misma vitalidad como si de un lunes en el primer recreo se tratase. Tengo que esperar a que se den cuenta de que he llegado, y, en el mejor de los casos, vayan sentándose progresivamente. Dos me preguntan por las notas del examen, otros tres me entregan trabajos atrasados, Marco me pide ir al baño, Pedro y Eva me preguntan que voy a hacer el fin de semana, Javi que cómo está mi mujer, y yo entre medias mandando callar e intentando pasar lista con Rayuela, la plataforma educativa por Internet, que no funciona del todo mal, pero a la que se tarda siglos en acceder. Usuario, clave, click, nueva contraseña…

A los tres minutos me enfado para que acaben sentándose, otro enfado para que saquen los cuadernos, enfados sucesivos porque a cada tres minutos la clase se interrumpe, a veces Jose Manuel por hacerse el gracioso, otras Carmen porque está ávida de conocimientos y no puede esperar a mi explicación, algunas la interrumpo yo mismo contando la última historia que se me ocurre en relación a lo que están aprendiendo…

Acabo la clase realmente exhausto, con la garganta y la cabeza cansadas después de toda la semana bregando con estos adolescentes.

Por la tarde en casa me quejo amargamente ante mi mujer de que ésta no es mi profesión, de que no valgo para esto. La enseñanza hoy día es para personas con carácter fuerte, para personas que llegan a clase y saben poner la cara larga durante toda la hora, o saben tragarse el mayor problema de sus vidas cuando están delante de jóvenes que hacen una gracia o un chiste tras otro. Cuando, con este panorama, la vocación en mi profesión es el tema que tengo que plantearme como trabajo previo a la próxima reunión de mi GdRV, las conclusiones anteriores son las únicas que se me vienen. Me planteo hasta un actuar rápido sin ni siquiera reflexionar con la Palabra de Dios delante. Mi opción es, aunque sea a largo plazo, hacer lo posible por cambiar mi trabajo, por trabajar en algo para lo que tenga aptitudes. Mi mujer intentando serenarme y diciéndome que no será para tanto, que coja la Biblia y encuentre un texto, que verás como me ayuda. Tantos textos y mensajes con los que Dios nos habla que… ¡qué difícil es a veces desentrañar los mensajes de Dios!

Hoy es martes y tenemos reunión del GdRV. Yo como casi siempre tengo el trabajo previo pensado, pero no escrito. Para colmo, se escoge el hecho que presento, y yo pensando en que mis compañeros me ayudarán con algún texto que corrobore mi actuar humano, que sea fuerte por las tardes, que me prepare para acceder a otro trabajo, que me tome la enseñanza lo mejor posible como un mal pasajero. Pero como siempre, este Dios cristiano nuestro no deja de sorprendernos. Señor, te doy gracias por mi GdRV, por todos los que me ayudan a conocer mejor a Cristo y al Padre. Con ellos he empezado a ver mi quehacer profesional con una mirada teologal, con la mirada del Padre, a verme actuando imitando al Hijo Encarnado, a regocijarme sintiendo al Espíritu que habita en mí. Con esta mirada y este sentir me veo cercano a los alumnos, ellos me hablan con sinceridad tal como yo a ellos, se me acercan en el recreo, los saludo por la calle, me gusta lo que hago, me gusta mi profesión, y me gusta como la desempeño en su globalidad, exceptuando pequeños errores que tendré que ir limando desde mi ser creyente. El grupo me ayuda a desentrañar las palabras que San Pablo dirige a los Corintios en su Segunda Carta, y siento que en el Amor, que no en la Justicia, fuimos salvados; y me siento fuerte no sólo en actitud, sino ahora también en aptitud.

“El que se gloríe, gloríese en el Señor.” (2ª Cor. 10, 17)

“Si hay que presumir de algo, presumiré de mi flaqueza. El Dios, Padre del Señor Jesús, ¡bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento.” (2ª Cor. 11, 30-31)

“Por este motivo, tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad». Por tanto, con sumo gusto seguiré vanagloriándome, sobre todo en mi debilidad, para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mi debilidad, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte.” (2ª Cor. 12, 8-10)

“Ya que queréis una prueba de que Cristo habla en mí, pensad que él no es débil con vosotros, sino que pone de manifiesto su poder. Ciertamente fue crucificado en razón de su debilidad, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios.” (2ª Cor. 13, 3-4)

Volviendo a casa tras la reunión, le manifiesto a mi mujer mi alegría. Ya acostado, oro al Señor dando gracias, recordando la canción

EN MI DEBILIDAD, ME HACES FUERTE,

EN MI DEBILIDAD, ME HACES FUERTE,

SÓLO EN TU AMOR, ME HACES FUERTE,

SÓLO EN TU VIDA, ME HACES FUERTE,

EN MI DEBILIDAD, TE HACES FUERTE EN MÍ.

Y me glorío en el Señor, me glorío en mi debilidad hecha grande en él y duermo con gozo esperando con ansias los avatares del nuevo día.