Siempre procuro reflexionar en cristiano sobre los acontecimientos de mi vida, también en el terreno profesional. Pero me doy cuenta de que me resulta más fácil el “orientar” religiosamente mi vida que el descubrir cómo Dios me habla ahí. Me pregunto, desde la fe, qué debo y no debo hacer, y eso tiene un valor muy importante para mí. Pero me resulta difícil precisar cómo hago esa lectura creyente de los acontecimientos, cómo descubro a Dios en mi vida de trabajo. Tal vez sea porque hay un predominio de lo ideológico sobre lo vivencial y una actitud activa (tengo que hacer, debo de…) antes que una actitud contemplativa. En definitiva, tiendo a situarme siempre en primer plano en mi relación con Dios y dejo poco espacio para percibir que Él está ahí y me cambia, Él toma la iniciativa. Aunque me doy un tiempo para ese tú a tú necesario de la oración, no es suficiente.

Pensando en momentos claves en mi vida profesional, escojo dos recientes:

1. Un cambio en el puesto de trabajo.

Tomé la decisión de cambiar al nuevo destino que se me ofrecía por razones profesionales. Aunque significaba abandonar un trabajo más cómodo y una posición más relevante (pasar de directora a subdirectora, de un trabajo tranquilo a uno muy estresado). Creo que percibí que debía olvidar un poco la vanidad, sacrificarla y dejar sitio a otras personas. Y que era importante el formar parte de un proyecto colectivo en el que me tocaba jugar un papel. Me costó tomar la decisión, porque significaba dejar otro proyecto en el que yo había invertido mucho tiempo y esfuerzo, era “mi” proyecto y precisamente cuando empezaba a cuajar, lo abandoné. Pero pasados los primeros momentos, asumí con alegría e ilusión el nuevo trabajo.

Ante estos hechos, las llamadas he percibido o los aspectos que he descubierto han sido enriquecedores. He vuelto a darme cuenta de lo difícil que es mandar y hacerlo bien; combinar el respeto a la gente con la exigencia, y la exigencia con las buenas maneras. Siento cada día la dificultad de “aguantar” a algunas personas que, sin embargo, son imprescindibles en el proyecto de trabajo y a las que hay que apoyar. Siento también la tentación permanente de criticar y hacer de menos a algunos compañeros: mi mayor grado de experiencia me hace más “sabia” y consciente, pero puede que también menos paciente y transigente. ¿Cómo combinar ambas cosas?

Siento que hay compañeros sensibles al estímulo, respetuosos y autoexigentes. Y otros vanidosos y fatuos muy por encima de sus capacidades y, sin embargo, reticentes a cualquier crítica.

Descubro que yo misma soy muy vulnerable a la crítica que no siempre soporto bien. ¿Cómo aceptar, en lo personal, sin que ello menoscabe el ejercicio de responsabilidad que me corresponde, sin perder autoridad? Percibo que debo fortalecer mi capacidad de autocontrol y de serenidad en medio de las tormentas diarias del trabajo. Descubro también que todo mi ejercicio profesional como periodista es una maravilla; una oportunidad de aplicar conocimientos y habilidades adquiridas con la experiencia y los años, pero, además, siempre está en juego algo específicamente humano: siempre está en juego nuestra capacidad de juzgar, de ser gente respetuosa con la verdad, atenta a la opinión de todos. No sé si en todas las profesiones se juega tanto como en la mía; yo lo percibo como una oportunidad de ser cada día más persona. Y a la vez de realizar un ejercicio de responsabilidad pública al “administrar” el derecho a la información veraz e imparcial.

Soy consciente de que debo de dar unas gracias enormes. Y pido todo lo que me falta, a lo que he hecho referencia antes. Pero necesito “integrar” más todo eso que vivo como un encuentro permanente con Él. Tal vez en los últimos tiempos el signo que voy percibiendo con más claridad es la necesidad de estar atento al “otro” concreto, más que a las ideas generales. Si uno (yo) aciertas en el análisis y los planteamientos pero fallas en la manera de comunicárselo al que tienes al lado, ¿de qué sirve? Con frecuencia, si no se “toca” a la persona, lo demás sobra.

Creo que ese puede ser una manera de leer que Dios me quiere algo distinta. Dándole menos importancia a la corrección profesional o ideológica que a las personas concretas, porque solo a través de ellas se realizan los cambios. Yo misma debo dejarme cambiar por ellas, solo así mis propuestas serán reales y eficaces.

2. La muerte de una compañera cercana

En el otro caso, la muerte de una compañera cercana, con la que había tenido mis diferencias, me hace ver mi incapacidad de sacar a Dios a colación incluso en esos momentos duros que padece una persona con cáncer. Ella era algo anticlerical y lo religioso no formaba parte de nuestros temas compartidos. Yo fui capaz de estar cercana, animándola, visitándola, pero sin ninguna mención a lo religioso, sin un signo en ese sentido. Y lo siento como una traición; yo tenía un tesoro que a ella le hubiera sido precioso y no supe encontrar el modo de compartirlo.

Tal vez no es un problema de religiosidad; tal vez mi compartir con ella fue superficial, de atención y visitas, pero no llegó a esa profundidad humana en que se comparten cosas decisivas, incluso con pocas palabras.

Su funeral, sin embargo, fue ocasión de reconciliación con un antiguo jefe que se mostró muy humano y eso fue suficiente para que un grupo de personas le reconociéramos esa valía.

Ya he dicho que debo poner más de mi parte (disponibilidad, tiempo) para que la experiencia me muestre qué quiere Dios de mí en cada momento y en qué sentido debo cambiar.

Pero debo mencionar lo que me ayuda mi grupo en la lectura creyente. Es con ellos con los que percibo mejor el significado profundo de lo que hacemos. A todos nos ha cambiado la vida la reflexión en grupo, ha sido como un incentivo fortísimo. Que nos ha llevado a ahondar en el propio camino espiritual de cada uno; y a nuevas iniciativas en el terreno de la presencia pública. Esas iniciativas (convocatoria de Foros, de Jornadas sobre hecho religioso, de reflexiones sobre tiempos litúrgicos) están suponiendo todo un aprendizaje, ya que nos han sacado de nosotros mismos y nos obligan a convocar a otros y por tanto a dar un testimonio.

Pero ahí nos queda mucho recorrido. La convocatoria en nuestro medio profesional, al margen de lugares eclesiales, no es sencilla. Vamos dando pasos, sin duda. Los foros nos han permitido “salir del armario”, al traer a colación temas específicamente religiosos. Pero nos damos cuenta de que las invitaciones deben de ir seguidas de una atención personal, un diálogo continuo; hay que seguir buscando las oportunidades de encuentro con la gente de nuestro medio y ello exige disponibilidad. Y el fortalecer esa experiencia de Dios en nuestra vida profesional que nos permita asumir y publicar la comprensión cristiana del trabajo.