Hacemos silencio

Padre, nos queremos hacer conscientes de Tu presencia.

Queremos avanzar en ese camino de santidad poniéndote como centro de nuestras vidas.

Nos reconocemos pecadores porque en ocasiones buscamos otros centros, porque somos débiles y caemos en la tentación de alejarnos de Ti.

Ilumínanos para poder reconocerte junto a nosotros, en nuestro universo cercano.

“El jueves pasado, se acercó la madre de una alumna, para pedirme que tuviera paciencia con su hija. Siempre había estado rellenita pero ahora, estaba pasando una temporada mala. Estaba engordando más de la cuenta y no estaba a gusto. En el colegio había bajado el nivel, el médico no sabía el porqué de su problema de obesidad, y pese a sus esfuerzos con la dieta, seguía aumentando peso,… Esto está suponiendo discusiones familiares, depresiones, malas notas en el cole, visitas al psicólogo,…

Mi relación con ella nunca ha sido del todo buena, siempre he sido demasiado exigente, nunca he estado conforme, siempre le he pedido más. No he sido capaz de ofrecerle la seguridad y confianza necesaria como para tener una relación más cercana. Mi papel ha sido casi exclusivamente académico y no me he preocupado de lo personal. Le gusta el acordeón, pero creo que después de 4 años no puede dar más de si en el Conservatorio. No he hecho todo lo posible con ella porque la tenía prejuzgada. No vale para el acordeón. Ese prejuicio ha supuesto no acercarme más a ella y desconocer sus problemas vitales.

No he sido capaz de hacer el esfuerzo de comprenderla, de reconocer sus esfuerzos, de valorar su trabajo, de entender sus limitaciones, de orientar la programación para que su esfuerzo obtuviera los mejores resultados. Su madre me puso de frente con la realidad, ella necesita cercanía, comprensión. Con la música se puede sentir a gusto.

En ocasiones Dios se nos manifiesta sutil y otras es más nítido. En esta ocasión la madre de mi alumna ha sido directa. Ha supuesto descubrir que necesito cuidar mi trato, que debo mantener la cercanía, que estoy para servir y no para cubrir el expediente. Reconozco que sobre los prejuicios he crecido y madurado, pero descubro que mis prejuicios son más sutiles, más difíciles de descubrir, que requieren mayor esfuerzo, que se ocultan tras mi falta de dedicación, tras mi falta de esfuerzo. Dios se nos muestra generoso en el amor, entregado, preocupado de cada uno de sus hijos, sin excusas, como cuando Jesús descubre a Zaqueo subido en la higuera, entre la multitud. Sin ser una demanda clara por parte de Zaqueo, Jesús descubre su necesidad y ambos se encuentran.

Podemos revisar estos últimos días ¿Dónde se ha hecho Dios presente?, ¿en qué inapreciable momento Dios me habla?, ¿qué prejuicios escondo?, ¿qué me hace poner reticencias al amor hacia el prójimo?…

Acabamos rezando todos juntos:

Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo,

como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén