Se hace difícil hablar, ponerle palabras precisas a la experiencia de la ausencia de un “gran amigo” como Pepe. Para quienes tuvimos la suerte de vivirlo como amigo, como animador en la fe en el Movimiento de Profesionales Cristianos, el abismo que se nos abre es inmenso. Los proyectos que soñábamos juntos, eran y siguen siendo muchos. No contábamos con que de pronto Pepe nos dejara, aunque el ya era consciente, y así lo dejó escrito, de que le tocaba (cito sus palabras) “aprender a delegar, a repartir responsabilidades, a regalar aprecios y valoraciones a los otros/as, a no creernos imprescindibles, a entregar (no tirar o abandonar por cualquier circunstancia) la antorcha. Hay que tener las cosas suavemente agarradas –continuaba diciendo- de tal manera que las podamos soltar en cualquier momento “sin previo aviso” .Pero aquí estamos, intentando conjugar ese sentimiento de “orfandad” con la experiencia del sepulcro vacio que narra el Evangelio de Lucas (Lc 24,1-8) y la pregunta que allí resuena: “¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”.

Como para muchos de nosotros, la experiencia de la amistad con Pepe adquiere unas dimensiones humanas tales que resulta imposible abarcarlas en su amplitud. Lo que nos ha dado Pepe ha sido tanto, su generosidad ha sido tan grande, que su vida sólo puede ser entendida desde ese lema que repetía hasta la saciedad: “Que mi vida sea un pan que se sigue repartiendo hasta la última migaja y así testificar el recuerdo del Maestro”.

La tarea que Pepe nos plantea hoy es el reto de seguir Leyendo desde la mirada de la fe la experiencia de su muerte y resurrección, me atrevería a decir, la experiencia de nuestra propia muerte y resurrección, a la que él se ha adelantado. En la Acción Católica lo llamamos hacer Lectura Creyente de la Realidad, o Revisión de Vida. Cuando nuestra vida (personal, profesional) se pasa por el filtro de la fe, se amasa con ella, nuestras vidas y nuestra fe se hacen más plenas y cargadas de sentido, como la lámpara que se enciende encima del celemín, o la sal invisible que da sabor a la realidad. En las parábolas del Samaritano y del Sembrador Pepe ha sido capaz de descubrir claves desde las que configurar una ética profesional en el contexto de un mundo en crisis, deshumanizado. El mundo de la sanidad, la educación, la empresa, la administración, la Universidad tienen mucho que decir y hacer (cito sus palabras) para “conseguir que el camino de los crímenes desaparezca y sobren las cunetas”.

Pero aunque esto que acabo de afirmar sea cierto, quizás esté yendo demasiado deprisa, y demasiado lejos de lo que el corazón ahora mismo me pide. Con Pepe también aprendimos a entender el valor de lo pequeño, de los gestos, de lo que hay en el fondo de nuestras acciones.

En la mirada, los gestos y las palabras de mi hijo Pedro, de un niño de 10 años recién cumplidos he descubierto en cierto modo muchas cosas de lo que Pepe significa. Sólo unas horas después de haber acompañado a Pepe en sus últimos momentos, toca la inesperada ocasión de comunicarle a mi hijo Pedro que “Pepe ya había subido al Cielo”. Nos dirigimos al salón de mi casa, y antes de decirle nada, le indico que el mismo sea el que encienda la luz de un farol construido por las manos de mi padre, el mismo farol que llevamos encendiendo durante los 25 días que Pepe estuvo hospitalizado. En el momento en que Pedro da luz al farol le comunico que “Pepe ha subido al Cielo, que ya está descansando”. Me responde con un “sí” interrogativo, entrecortado, y una mirada entre expectante y triste…Guarda silencio…y a continuación nos disponemos a rezar un Padrenuestro…Aquella escena familiar de la mañana del sábado se ha quedado grabada en mi corazón como continuación de otras escenas de abrazos, de cercanía, de fraternidad que siguieron a la escena del hospital aquella madrugada en la que un grupo de amigos rezamos cogidos de la mano junto a Pepe.

 

 

No hace falta decir que Pepe y Pedro se aprecian y se quieren mucho. Pepe fue testigo de su Bautismo, también de su 1ª Comunión. En las eucaristías que el Movimiento de Profesionales Cristianos celebramos los sábados en la Ermita de Los Reyes en Vegueta, Pedro ayudaba a Pepe como monaguillo, y le animaba a sentirse partícipe de la celebración: leyendo alguna lectura, realizando alguna acción de gracias,…pero había un momento especial que Pepe reservaba para Pedro: la proclamación de la paz. “Nada mejor que sea la voz de un niño –decía Pepe- la que nos anuncie la paz”-

El día de su primera comunión, al final de la celebración, Pedro corrió a los brazos de Pepe. No podía contener la emoción, y al preguntarle Pepe por el motivo de su llanto, Pedro le responde que “había recibido algo muy grande”: había recibido a Jesús.

Pepe reivindicaba el “espíritu del niño”, la capacidad de soñar, de jugar, de reír, de crear, de mirar la realidad con ojos siempre renovados, como si estuviera estrenando el mundo. De este modo hemos podido percibir en Pepe esa jovialidad permanente manifestada en el gesto de su sonrisa. Detrás de este gesto tremendamente humano reside una actitud profundamente evangélica: “dejen que los niños se acerquen a mí”; “quién le haga daño a unos de estos pequeños me está haciendo daño a mi”…es decir, una actitud de compromiso con los más débiles, así como una atención permanente a lo nuevo, a los signos de los tiempos. La traducción del Dios que ama al mundo en vez de juzgarlo, el misterio mismo de la Encarnación de Dios o la experiencia de Iglesia-comunidad abierta e inmersa en el corazón del mundo.

Aunque Pedro no sea consciente de ello, su relación con Pepe lo convierte en uno de los últimos eslabones de la cadena generacional con quien se vuelvehacer vida el mensaje de un pan que se sigue repartiendo hasta la última migaja testificando el recuerdo del Maestro”.

La noche del pasado domingo después de dar sepultura al cuerpo de Pepe, recordando las celebraciones en las que Pepe animaba a Pedro a expresar un deseo, una petición o una acción de gracias, repetí aquel gesto y le animé a que expresara o dijera algo sobre Pepe en el día de su partida. Después de un largo silencio, de su boca salió de modo exclamativo, la expresión más sincera y alegre que resume lo que Pepe significa para nosotros: “Pepe, ¡Un gran amigo!”.

Es decir, la misma experiencia radical y transformadora a la que se refiere el Evangelio de Juan cuando Jesús dice: “Ustedes son mis amigos si hacen los que yo les mando. No les llamo siervos…a ustedes les he llamado amigos. Lo que les mando es que se amen los unos a los otros” (Jn 15, 15). Es por estos caminos de la construcción de la fraternidad por donde vislumbro la experiencia compartida de nuestra Resurrección con Pepe.