Desempeño mi trabajo dentro del mundo sanitario como enfermera.

El hecho del que parte esta reflexión es el siguiente:

En el mes de febrero cambiamos la organización de los turnos de trabajo. Aprovecho esta oportunidad para cambiar también de compañeras, huyendo de hábitos cronificados que no comparto y que hasta ahora he tenido que asumir, así como de la influencia de una compañera, que sin menospreciar sus virtudes, generaba un mal clima de trabajo y de relación con el resto del equipo. No considero este cambio como una huida ante la adversidad, sino más bien como un encauzamiento de las energías. Después de estar casi tres años con este mismo equipo de trabajo y de intentar infructuosamente transformar algunas cuestiones que dificultaban las relaciones, opto por emprender una nueva aventura misionera con nuevos acompañantes.

El sentimiento que en primer lugar experimenté fue de sorpresa, ya que no era algo que yo hubiera decidido, sino que el cambiar también de compañeras se derivaba del tipo de contrato que yo tengo. Tras reflexionarlo personalmente decido aceptar el cambio a pesar de tener la oportunidad de volver con mi antiguo equipo; esta decisión me provoca en un principio un sentimiento de desasosiego, por cómo se suceden los acontecimientos, pero una vez confirmada mi decisión, es satisfacción y tranquilidad lo que siento e incluso ilusión ante la nueva etapa que se me plantea.

Por otra parte siento también tristeza al dejar a algunas buenas compañeras, pero es mayor el sentimiento de libertad y autonomía al separarme de esa compañera tan manipuladora y generadora de conflictos.

Con ella no lo he hablado abiertamente. Ella tampoco se ha manifestado al respecto, pero estoy segura de que si algún día surge, no tendré ningún problema en exponerle claramente las razones de mi decisión. Sí lo he compartido con otros compañeros, ante los que me he sentido muy a gusto explicándoles mis motivaciones, para no volver a mi antiguo turno.

Descubro a través de todo esto una llamada a la autenticidad, a ser yo misma , responsable de mis actos y de mis decisiones. Renuncio así a ser heredera y cómplice de vicios y costumbres que te encuentras al llegar a un grupo de trabajo, donde o aceptas lo que hay, o entras en una dinámica que dificulta mucho las relaciones personales y laborales.

Descubro al mismo tiempo una llamada a la coherencia personal, plasmándola en el nuevo equipo de trabajo con el que se me brinda la posibilidad de empezar de cero, planteando mis propios criterios a la hora de trabajar y partiendo de unas relaciones humanas basadas en el respeto mutuo y sin excesivos prejuicios.

Esta invitación lleva pareja otra al realismo, a no caer en la ingenuidad, a estar alerta ante las nuevas vivencias, para evitar cometer los mismos errores u otros propios de la nueva etapa. Llamada también a desarrollar una profesionalidad donde el que prima es el enfermo, la parte más débil de este campo, y no otros intereses como el menor esfuerzo, la comodidad, el egoísmo personal, el trabajar o no con determinados compañeros, el «devolver al otro la patada» o «pasarle la patata caliente»… Un enfermo que muchas veces acusa nuestros «malos rollos» internos, cuando debería ser el centro de nuestra preocupación y dedicación.

La presencia de Dios la percibo a través de la invitación que me hace a tener ahí una respuesta, a tomar partido, a no ser neutral (como he tenido que ser en tantas ocasiones), Siento su interpelación, pidiéndome una postura comprometida y evangélica.

Le descubro también a través de otros compañeros que han vivido algo similar y que comparten mis sentimientos y decisiones.

Y por supuesto, el Señor, se me hace presente en cada paciente, que desde su dolencia y sufrimiento, espera de mí, cuando menos una palabra de aliento o de comprensión.

A través de estos se me comunica un Dios interpelador, provocador, que te baja a la arena y que te invita a tomar partido. Invita y no obliga, y si obliga, perdona, porque ¡cuántas veces he pasado de largo ante situaciones donde también me pedía una palabra y le he negado!

Un Dios que te acompaña, que te da fuerzas y que te apoya desde los gestos cálidos de otros compañeros.

Un Dios que sufre con el que sufre y que también comparte la alegría del que sana. Que está en el corazón de ese familiar que espera ansioso que le digas que su padre, madre, hermano, hijo, marido, mujer,…están mejor o que al menos no ha empeorado.

A pesar de lo anterior he de reconocer que no me paro mucho a escucharle, ni le doy la oportunidad de meterse en mis planes. No le dedico apenas tiempo a la oración personal, aunque sí me dejo interpelar e iluminar más a través de la eucaristía.

He reflexionado mucho estos hechos pero desde un punto de vista personal, laboral, relacional… Mi espiritualidad se habrá dejado entremezclar en esa reflexión, pero no ha tenido ni su momento ni su espacio específicos.

Las dificultades con las que me encuentro para descubrir a Dios en mi medio son varias, aunque sin lugar a duda las que más pesan son las de índole personal:

  • falta de hábito, no estamos acostumbrados, no fluye con facilidad, hay que dedicarle tiempo y eso cuesta, y más en esta cultura de la prisa y el ocio.
  • supone un esfuerzo, y la recompensa no está siempre clara aparentemente).
  • el ambiente profesional está muy alejado de la espiritualidad creyente, o al menos es algo que no se hace evidente, y lejos de propiciarla, la rechaza.
  • nos cuesta crear espacios y momentos para ello, ser capaces de adaptar las demandas de nuestra espiritualidad a nuestra forma de vida actual; no podemos seguir bebiendo de todas las fuentes de nuestros antepasados. Hemos de ser imaginativos, propositivos y valientes para crear nuevos medios adaptados a nuestros tiempos.

En este caminar, es del grupo de revisión de vida, de quien más me alimento, ayudándome a hacer lectura creyente de mi trabajo, interpelándome, apoyándome, rezando juntos, compartiendo vida,…

El movimiento también lo hace a través de las actividades programadas (diocesanas o estatales), de los materiales, de la experiencia de otros miembros,…

La ayuda de la Iglesia, más genérica, me cuesta percibirla y sobre todo desde algunos sectores más tradicionales, aunque he de decir que el ver a otros grupos de iglesia plantearse su tarea desde el compromiso, también me interpela y alienta.