Os diré que soy esposa, madre de dos hijos y profesionalmente ejerzo la medicina y la fisioterapia. Hoy me voy a centrar en mi vida profesional.
En mi trabajo me dedico a escuchar y aliviar o curar cuando se puede los dolores musculares, articulares y un largo etc. con mis manos. Lo hago desde un gabinete que dirijo y en el cual trabajan otras tres personas más.
Vivo mi trabajo con auténtica pasión y vocación. Siento que es el Padre quien me ha puesto donde estoy y que la tarea que realizo me permite poner a disposición de los demás los talentos que se me han regalado.
Para entender lo que hago y por qué, tengo que remontarme al pasado. Creo que fue importante que en mi etapa de estudiante estuviera en la JEC, ya que me dejó muy claras algunas cosas, de las que destacaría tres:
- La fe y la vida tienen que ir unidas;
- Cuantas más oportunidades se tienen, más hay que aprovecharlas para luego poner todo el bagaje recibido al servicio de los demás;
- Hay que dirigir siempre la mirada hacia los más desfavorecidos.
Esto me influyó a la hora de tomar decisiones:
- Ubicar el gabinete en un barrio y no en el centro;
- Unificar toda mi formación y desarrollarla con mis manos sólo era posible a través del ejercicio privado;
- Mi actividad profesional podía generar dos o tres puestos de trabajo y esto no se podía perder.
Todo esto, dicho así, parece que suena muy bien. Sin embargo os puedo asegurar que gestionar un centro y mantener los contratos de trabajo es complejo y he vivido el desierto, las dudas y las tentaciones de abandonar e irme a un centro que gestionara otra persona y dedicarme únicamente a ejercer mi profesión en solitario.
En muchos momentos me he parado a preguntarme sobre cómo ejerzo mi profesión y qué es lo que ofrezco. Creo que lo que fundamentalmente transmito a los pacientes cuando les recibo es que me importan. Me importa no sólo su dolor sino toda su persona. Los casos más difíciles me conmueven, me mueven por dentro. Desde este sentir, los pacientes saben que su dolor, su problema, ya no es solo de ellos. Yo soy su acompañante.
No todos los que vienen a mi centro tienen que pagar su tratamiento, hay aseguradoras que lo hacen. Esto permite que venga todo tipo de personas, desde los más preparados o con más medios, a los parados o los de muy bajo nivel económico y cultural. Me sorprendo a mí misma sintiendo cómo, con estos últimos, se me rompe el corazón al ver que su pobreza llega a extremos dolorosos:
- Cuando no aprovechan un tratamiento que no tienen que pagar y abandonan antes de que se les dé el alta;
- O no llegan a la hora y pierden parte de su sesión;
- O cuando, carentes de las mínimas habilidades sociales, son incapaces de gestionar lo que les pasa.
Para situarme con todos y especialmente con estos últimos y no dejarme llevar por la desesperanza, el dolor, o hacer tan solo lo éticamente correcto, ha sido imprescindible ir cambiando mi mirada, mirando al otro como imagen de Dios. Esto es lo que me permite hacer más livianos los aspectos más costosos de mi trabajo.
Mari Sol. Profesionales Cristianos Zaragoza