Resulta, que la dignidad humana me había convocado hoy en la calle para dar una vuelta con otros amigos creyentes de la Palabra y poner la cara, que no la mejilla, a pasear. Entre saludos y presentaciones me dice Pedro, no el apóstol, sino Pedro de la Fe, figúrate, de la Fe, que era quien me acompañaba en ese momento:

-Oye Alberto, ¿esta tarde quedamos para la reunión del grupo?

Ante mi cara de admiración, nuestro Pedro consultó su Samsung y entró en Grupo Vegueta, entiendo, que como está en mil fregaos debe tener teléfonos de Grupos de Triana, Alcaravaneras, Schamman, y un largo etcétera. Y comprobó que, efectivamente, era este sábado la reunión.

Bien, una vez aterrizo, recuerdo que a era a mí a quien le tocaba preparar el encuentro de hoy. Otra compañera de trayecto y de grupo, María Jesús, me dice lo mismo.

-¡Recuerda que hoy nos vemos en la reunión del Grupo!

Al mismo tiempo, me dice: – Si no tienes nada preparado ¿por qué no cuentas algo referente a la manifestación de hoy?

Dándole vueltas al asunto, me quedo con la copla y trato de meterle el diente al hecho del juzgar, que es lo que toca.

Pero, bueno, ¿quién soy yo para juzgar? Juzgar implica tener muy presente la realidad, muy analizados los elementos y entresijos que la incardinan.

Pero, bueno, ¿quién soy yo para desmenuzar la realidad al mínimo detalle?

Pero, bueno ¿quién me dice a mí que tengo la razón de mis opiniones y mis juicios de valor?

No seré yo, quien acuse a aquellos que bajo sus méritos y sobrados conocimientos atienden los designios de nuestra realidad.

No seré yo, tampoco, quien amenace, insulte o abuchee a quienes hacen lo que hacen bajo su responsabilidad encomendada.

Pero, por otro lado, miro a mí alrededor y veo muchas caras conocidas que han acudido a la misma cita que yo y todos a una reclaman, reclamamos, dignidad humana para los que pierden la vivienda, para los que no encuentran trabajo, para los jóvenes que no tienen futuro, para los pensionistas o medio pensionistas que les recortan la pensión, para los que tienen otra visión del mundo y ejemplos más que sobrados para demostrar que hay otras formas más humanas de atender el medio ambiente.

En definitiva, mientras reflexiono descubro que tengo capacidad para juzgar, tengo opiniones y razones para valorar, legitimidad para acusar y muchas ganas de abuchear a quienes minusvaloran y tratan de convertirnos en objetos de intercambio.

Juzgar, presiento, es muy humano, pero juzgar bien requiere de una ayudita que es la que vengo a buscar esta tarde en el grupo, convocado por un tal Jesús, que aunque no sea familia directa de Pedro, si fue aquel que nos hizo a todos hijos adoptivos del Padre. Es el Jesús que recorrió un camino de encuentros y realidades, el que juzgó a un mundo como viejo y nos presentó un mundo nuevo para que fuéramos construyéndolo, codo con codo, con la mayor dignidad que le corresponde a la criatura humana.