Si hago memoria y me pregunto ¿Cuáles han sido los hechos, situaciones y acontecimientosde mi vida profesional más significativos para mí?.me resulta fácil acordarme: Cuando un amigo me avisó de que pedían locutores para una cadena de radio; el día que hice las pruebas de selección; el salto que dí cuando mi hermana me dijo que habían llamado para anunciarme que había salido elegido; el primer reportaje que hice sobre las vaquillas en los días de Feria; la primera vez que me oí por la radio en una grabación; la primera vez que comprobé cuánto dinero ingresaba la radio por publicidad y cuánto me pagaban a mí; el día que no me renovaron el primer contrato («fué bueno mientras duró», pensé); experimentar la competitividad negativa, la incomunicación con una compañera que pretendía medrar; mi colaboración con Iñaki Gabilondo en un programa especial desde mi ciudad y las llamadas de oyentes agradecidos que se produjeron después………
Todos esos recuerdos despiertan en mí sentimientos humanizadores. Tienen que ver con la novedad, el halago y la impotencia. Y descubro coincidencias: son sentimientos que me agradan por el servicio que supone mi profesión (informar, entretener y acompañar a oyentes) y son sentimientos que no me agradan por las dificultades que presentan resolver las injusticias que aparecen (descompensaciones económicas, incomunicaciones, desorganizaciones internas…). Descubro por tanto: llamadas de formación para mejorar el servicio y llamadas de coordinación y trabajo en equipo para abordar las situaciones injustas.
En estos hechos, el Dios que se comunica lo relacionaría con la experiencia que más me humaniza, que más me hace vibrar (buena o mala), con la que se mantiene, con la que a lo largo del tiempo permanece como fundamental. ¿Y a través de qué signos?, podríamos preguntarnos….
Dios utiliza los signos de mis sentimientos, de mi afectividad (criterio de situaciones o personas que me afectan). Me moviliza profesionalmente el agrado por un servicio bien hecho y el dolor o enfado por situaciones injustas. Dios, intuyo, que me habla desde «el darme cuenta» y el compromiso por cambiar las cosas.
Descubro que pongo una disponibilidad «a medias, mediocre» para que Dios vaya entrando en mí. Sí; soy sensible de lo que expreso y experimento, pero me cuesta poner en «práctica» esa sensibilidad. Esto hace que no termine de recibir «compensaciones» (sentir su calor) para mejorar mi relación con Él y caminar con alegría y esperanza.
Tengo dificultades para descubrir esa presencia de Dios: la «pereza» para romper esa mediocridad. La inercia de un ambiente que no anima a estas introspecciones que muestren el «calor del Padre». Sin embargo descubro cómo me ayuda el grupo, la Iglesia. La Iglesia me empieza a ayudar a través del grupo. El grupo y el movimiento me ayudan en las reflexiones de este tipo, en el compartirlo en comunidad, en orarlo, en relativizar dificultades y subrayar grandezas.