Ni siquiera recuerdo la fecha exacta, después del verano ‘04. Uno de mis compañeros de trabajo, y amigo, y yo logramos que la directora de la Casa de la Mujer del Ayuntamiento nos concertara una entrevista con cuatro mujeres que habían convivido con procesos de maltrato por parte de sus parejas, algunas prefieren llamarse supervivientes. Queríamos poner rostro a nuestro ‘objeto de investigación’. Para variar llegamos tarde, la primera impresión fue muy rápida, ellas ya habían llegado, la Psicóloga nos presentó, en unos segundos todos mis clichés de mujeres maltratadas se fueron al traste. Sus nombres, sus caras y sus palabras se quedaron por siempre en mí. Me sentí sobrecogida por su valentía. Lo que más me impresionó es cómo llevan a sus espaldas la historia de dolor de sus hijos, sobrellevan el doloroso y pesado fardo de haber fracasado y no haber dado un buen padre a sus hijos, más importantes que su propio dolor. Cuánto saben de generosidad, de tirar “pa’ lante”. No se puede ser indiferente a las víctimas, te posicionas a favor o en contra, las crees o no. Yo creí sus palabras, y toqué en ellas su impotencia, su desesperación, su necesidad de empezar de nuevo, su pueril deseo de borrarlo todo, su capacidad de amar hasta límites insospechados a sus maridos,…se podían tocar en su transparencia. Fueron valientes y generosas narrándonos su historia, pusieron todo lo que podían poner de su parte, esperando que eso sirviera para algo, sirviera para otras.

Cuando veis a uno de estos, sufrientes, me veis a mí. “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo la hicisteis” (Mt 25,40)

Esta entrevista fuera para mí el toque de atención definitivo, la última gota, el inicio de una denuncia todavía más explícita y directa, más hacia los fines de lo que hacíamos. Mientras ellas esperaban cambios, nosotros esperábamos presentar algo para que nos dieran un dinero. Seguridades. He creído y creo que haciendo bien la investigación, ésta puede tener elementos transformadores que den pistas de qué se está haciendo mal y cómo se puede cambiar para mejorar la intervención en la compleja solución a esta lacra social. Mi mayor desespero ha sido descubrir que la dificultad no estaba en si lo hacían las instituciones, en la burocracia, en las decisiones de la Administración y los políticos sino antes, en nosotros. Mi primer obstáculo mi jefe y mis compañeros de trabajo. Dios hecho vida sufriente, cruz, me llamaba a una conversión personal y a una denuncia colectiva, que no fue muy fructífera. Replantearme mis opciones seguras, dejarme de mediocridades, hacer mi trabajo con mayor seriedad y rigor, dar lo mejor de mi misma. Y con ello denunciar la burocracia, lo establecido, los intereses propios en ese “presenta algo que no deje en evidencia a la institución que nos financia”, el ego de mi jefe, la chapucería y el aprovechamiento de una compañera, el vivir de apariencias, para trabajar desde una ética profesional de mayor exigencia, buscar el bien común, especialmente en el de quienes más lo necesitan y menos son tenidos en cuenta, a pesar de la aparente perspectiva de que lo son, no porque fundamenten un trabajo bien hecho sino porque son nombrados, en una perversa apariencia de dar voz cuando en realidad se la quitas, usando en vano su nombre, he buscado mecanismos que realmente tuvieran desde la metodología de la investigación, con todo el rigor y la evaluación posible, la perspectiva de las víctimas, sin faltar por ello a la verdad, hablar de sus expectativas, miedos, sufrimientos, inseguridades, necesidades, esperanzas,…

De alguna manera que no puedo explicar siento que Dios me ha llevado de la mano por ese camino. Los paños templados, las críticas anteriores, la medias tintas no bastaban. Dios irrumpió con fuerza en mi status acomodado negociador de hasta dónde puedo llegar, con intentos pero con poca valentía, que intentaban hacer compatible el sueldo y la menor mediocridad posible dentro de los límites, que jefe y compañeros me transmitían, imbuida en un ambiente de mediocridad, de no exigencia, de no pasa nada por lo que presentemos, de todo está bien, cuesta no mediocrizarse, no vivir de recursos pasados, no saber que se va a estar al nivel de los demás sin mucho esfuerzo, el ambiente me llegó a influir más que mi fe, no en la teoría pero sí en parte de mi ser profesional al servicio de otros.

Compartiéndolo con mis ‘íntimos’, reflexionando lo más adecuado a cada momento, armándome de valor, dando pasos, rezándolo todo descubrí que tenía que decir palabras que Dios me pedía y que no tenía que escudarme en el ambiente para dar lo mejor de mí misma, poner en juego todos mis talentos.

Me cuesta orar, y orar las cosas de forma continuada, a veces pienso que basta con un día. Me cuesta contemplar un mismo problema-realidad con continuidad, dar tiempo al espíritu, contemplar la vida desde ámbitos o perspectivas diferentes, a esperar cuando Dios quiera hablar sobre lo que Él quiere. Tiendo a querer imponerle a Dios mis tiempos, mis necesidades, Él obviamente no se deja, y hace bien…

Mis acciones en el laboratorio, mi elección me parece ahora más guiada por el Espíritu que tira de mis hilos desde mi disposición a estar en El que desde la claridad encontrada en la oración, que desde una planificación de qué hacer. Descubro ahora continuidad y constancia hacia una misma línea, sentido a todo lo que inconexamente hice, descubro que las distintas notas que entoné tenían todas una sinfonía común, en la que no soy la compositora, por más que así lo considere yo no soy la creadora, sólo y al tiempo nada más y nada menos quien entona la nota, que alguien mayor que yo convierte en parte de una composición. En fin no sé nada de música… Me siento llevada libremente hacia donde yo quiero ir sin mucha conciencia no sólo de hacia donde sino de ser llevada, en ese momento hacia algún sitio. Supongo que mayor constancia y dedicación a la oración favorecería poder vivirlo a diario y no a posteriori.

Descubro que no es tan importante saber a dónde ir, tener las palabras que decir, sino ir haciéndome dócil al Espíritu, a su voz, configurar todos mis sentimientos con Cristo. Huyo de cualquier oración utilitarista, no le pido respuestas. Sólo quiero escucharle, conocerle, encontrarle, desearle más y mejor, llenarme de Él, vaciarme de mis cosas, no creer que soy yo, que con mis capacidades recibidas gratuitamente me basto.

Del grupo me ayuda casi todo, por que supone crecer y plantearme profundamente preguntas viejas o nuevas, hacerlo con otros, enriquecerme de sus experiencias, vivencias, perspectivas diversas y formas de ser diferentes. Especialmente sentirme en una comunidad de iguales y referentes a la vez. Me ayudan las oraciones, retiros, estudios de evangelio, la formación, los encuentros para reflexionar sobre el medio profesional que me han forzado a clarificar mi análisis de allí donde estaba. Especialmente la Revisión de Vida, porque logro llevar un tema durante un tiempo al que con cierta constancia dedicar reflexión y oración

De la Iglesia me ayuda su existencia, sus reflexiones, la cantidad de materiales que tiene, y sobre todo la Eucaristía, que he ido configurando como un elemento central de mi fe, de ponerme a la escucha, no buscando “que me dices de esto que yo te presento”, sino “qué quieres Tú decirme de lo que sea, de lo que Tú quieras, Tú eliges tema”. Algo que me ayuda a no querer ser tan protagonista, a reconocer la iniciativa, fuerza y liberta del Otro.