Cada 25 de diciembre, la cristiandad celebra uno de los acontecimientos más grandes del calendario litúrgico: el nacimiento de Cristo. Si bien es cierto, cada año la fiesta se celebra ya desde la última quincena de noviembre, y en cada centro comercial se recuerda que se acerca la época de los regalos, la fiesta del consumismo. Así pues, ¿qué queda por celebrar, cuando ya parece todo narrado y dicho? Unas pequeñas reflexiones sobre lo que se celebra y que aún después de dos mil años, no se entiende, o no se ha querido entender, de lo que representa la navidad.
Una familia no tradicional
No sé, si nos hemos detenido a reflexionar un aspecto muy importante en esta historia. No hablaré del dogma de la Inmaculada Concepción. Solo resaltaré un hecho que me parece crucial: la aceptación de José de una mujer que ya estaba embarazada y que él pudo repudiar y que en esa época pudo ser apedreada hasta la muerte. Muchas veces se piensa que lo “tradicional” debe ser lo importante pero: ¿Qué hubiera pasado si José no aceptaba a María? Podemos sacar nuestras propias conclusiones. A veces, somos muy críticos con personas que no siguen “la tradición”, “el traje blanco” y demás ideas que se pueden rondar en nuestras cabezas.
En algunas ocasiones no pensamos que el amor puede más que la tradición y que la aceptación de la otra persona, con quien se quiere compartir la vida, es lo importante. ¿Hasta dónde puede llegar nuestra concepción de creernos “perfectos”, cuando lo importante es tener un “corazón humano”, como decía Antonio Machado? Si José hubiera ido a cualquier parroquia y contaba su historia, ¿creen que hubiera sido recibido con los brazos abiertos? ¿Qué pensaría el vecindario de su “virilidad”? ¿Cómo hubiera sido tratado por los otros varones? Sin embargo, pese al pensamiento de la época (y muchas veces arraigado hasta nuestros días), José decide ser compañero de María.
Una familia de refugiados
Cuando parten al censo, a cumplir con lo que mandaba la autoridad romana, ambos salen de su hogar y se aventuran a otro lugar. Cuando se sabe que se sale de lo “conocido”, “hogareño”, se intuye que no habrá el mismo trato con los demás. Puede ser cuestión de culturas, costumbres, idiomas o incluso de personalidades. Cuando estás en tu hogar, sabes que siempre te ayudarán, sabes que puedes llamar a alguien y te dará la mano. Pero, cuando sales de esa “comodidad”, sabes que te enfrentarás a duras realidades. Eso es lo que sucede a esta pareja. Al ver José que María entraría en labores de parto, pide ayuda. Nadie sale a auxiliar a la pareja. Nadie presta atención a ese sufrimiento, se refugian en sus casas. Quizás por miedo, quizás por seguridad, quizás por comodidad, quizás por desidia. El resultado es el mismo. Nadie presta auxilio a la pareja.
José debe ayudar a María en el alumbramiento. ¿Habría tenido agua caliente? ¿Habría tenido sábanas limpias? Se sabe que fue en una granja. Un pesebre, rodeado de animales y que esa situación no es nada idílica o bucólica, como la que vemos en los nacimientos. Hacía frío y lo único que tenían para abrigarse era la paja del establo. ¿Habrían tenido algo con qué alumbrarse? Lo más seguro es que no. En esas condiciones: ¿Cómo puede ser posible que se siga pensando en un lugar “hermoso”, cuando es una situación de muerte? Pudo haber muerto el niño, pudo haber muerto la madre por desangramiento o por alguna infección. Pudieron haber muerto los tres de frío. Pero, a nadie parece haberle importado esa situación. ¿Ha cambiado esa actitud del ser humano hacia otro ser humano en los últimos veinte siglos? ¿Somos guardianes de nuestro prójimo, de nuestro hermano? Es fácil sentir lástima con quien sufre cuando tenemos todas las comodidades. Pero, cuando somos los sufrientes nos preguntamos: ¿Dónde están los demás para ayudarnos?
Una gran lección
Cuando nace Jesús, se dice que nació un “rey”. Eso se celebra el seis de enero. ¿Qué significa este título de realeza? Esta puede ser una gran paradoja. Cada quien tiene una idea de lo que es un rey, por historia se supone que es alguien con autoridad, con fuerza, con poder, con riqueza. Sin embargo: ¿Qué muestra el nacimiento de Jesús con lo que entendemos por “realeza”? Quizás debamos quedarnos solo con la primera parte de la palabra “real”. La grandeza de este relato es que Dios se hace hombre y nos dice: “Yo soy como ustedes”, “Soy uno más con ustedes”. Esta es la más grande lección que nos da este pequeño, que nos da este relato, que Dios es como nosotros. No es superior a nosotros, es tan igual como nosotros. No es inalcanzable, puesto que se ha hecho uno más como nosotros. No es un ser abstracto, es un ser real. Y lo más importante: es tan igual como tú y como yo.
El momento, el cual el ángel se presenta a los pastores y les dice que vayan a adorarlo. Solo les dice: “Vayan y miren con sus propios ojos lo que significa esta revelación”. “Dios está entre ustedes y con ustedes”. Se ha hecho carne y quiere compartir su vida con todos”. Alguien tan pequeño, tan frágil puede dar mucha vida. ¿En qué momento compartimos esa vida, nuestra vida con los demás? ¿Cuándo dejamos de ser “reyes” para volvernos “reales”. ¿Cuándo salimos al encuentro del otro, en vez de ensimismarnos?
A lo largo de su vida, Jesús va perfilando el reino que quiere construir con nuestra ayuda. Ese reino que lo tenemos que edificar con nuestras manos y nuestras fuerzas. Ese reino que es tan claro en Mateo 25,34-40. Y que aún veinte siglos después, no lo hacemos. ¿Cuál es la ofrenda que pide este rey? Muchas veces vemos en los museos, los regalos que se hacían a los reyes: Joyas, tierras, esclavos, etc.
Este Rey no pide nada. “No es de este mundo”, porque no hace lo que hicieron o hacen los reyes. Vino a servir y no a ser servido. Solo tiene un mandato que lo describe Juan 13,34: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Este es el único mandato que nos exhorta a seguir. Sin embargo no somos capaces de corresponder a este mandato. Nos puede más nuestra rebeldía, que seguir con la “orden” de este Rey. Han pasado dos mil años y aún en este lado del mundo, occidente, no ha aprendido nada de este niño, de este regalo, y lo más inquietante es que lo celebramos todos los años. Es un memorial que hemos acomodado a nuestras expectativas, a nuestros propios deseos y no hacemos nada de lo que este niño nos vino a demostrar. E incluso, lo hemos reducido a un par de días de “vacaciones”, a un par de acciones para “aliviar” nuestra conciencia. Sin tener el menor reparo de que al pasar este día, volvamos a nuestras rutinas para otra vez “esperar” la navidad.
Volvamos la mirada a nuestro Rey, volvamos la mirada a su deseo. Y si lo hacemos de verdad, se cumplirá lo que Él dijo en Mateo 6:33. “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”.
Que estas palabras se guarden en tu corazón como motivación y aliento para que podamos vivenciar todos los días la navidad. El simple reconocimiento de que: “Dios está entre nosotros y con nosotros”, y que esa existencia se refleja en nuestro prójimo, en nuestro hermano.
Miguel Ángel. Comunidad PX II- Madrid