Hace algunos días, en medio de la alegría de un encuentro de fútbol  de la liga de campeones, entre un equipo madrileño y otro extranjero, se cometió un acto tan deleznable como infrahumano. Ustedes, ya conocen la noticia. Nosotros lo vivimos en primera persona. Las autoridades pertinentes protestaron por este hecho de insensatez y esperan poder sancionar a los responsables. Sin embargo: ¿Solo son culpables aquellos “seudo-hinchas” que lanzaron las monedas? La verdad es que no, porque subyace una realidad que va más allá del acto en sí mismo.

Se están poniendo en tela de juicio dos aspectos tan importantes como son la dignidad de la persona y la solidaridad entre seres humanos. 

La dignidad, es el valor más preciado que tenemos como seres humanos, es una de las cualidades que nos distinguen como conocedores de nuestro potencial, de sabernos dueños de nosotros y de valorarnos como personas. A partir de este valor, el respeto hacia el otro es la respuesta sentida del carácter humano de la dignidad. En este sentido, la solidaridad brota de esta sensibilidad de entender que si alguien tiene problemas, estamos llamados a socorrerlo. No porque no pueda valerse por sí mismo, sino porque la fragilidad humana puede brotar y hacer que se cometan actos de desesperación y de renuncia a nuestra condición de seres humanos. La solidaridad, nos recuerda que no estamos solos y que es en la ayuda donde encontramos al otro. A aquél que nos tiende una mano y nos dice: ¡No estás solo! ¡Ánimo, estoy contigo!

Esta realidad parece haberse perdido entre el alcohol, la burla, la necesidad, el silencio y en último caso la desidia. Oraciones-desde-la-vida-profesionales-cristianos-px-2016-04Parece que por un momento, nos olvidamos de nuestra condición de personas con dignidad. Nos obnubilamos pensando que aquello podría ser un hecho aislado, pero no es así. En estos últimos meses estamos entrando a una vorágine de acontecimientos que parecen respaldar este último acto de infrahumanidad vivido en Madrid. Estamos volviéndonos partícipes, queramos o no, de condenarnos como sociedad. A que la historia nos juzgue como la generación más nihilista y  egocéntrica ante la necesidad humana. De dar la espalda a quienes sufren y tocan nuestra puerta, de no poder actuar con más firmeza ante la muerte que vemos en nuestras costas. O de un modo más cercano, de no actuar cuando se veja a alguien, ante nuestros propios ojos.

En la historia de Caín y Abel (Génesis 4 1-16), cuando Dios le pregunta a Caín: ¿Dónde está tu hermano? La respuesta de Caín es del todo tajante: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? En este diálogo podemos entender cuál es el verdadero hecho que importa. Por la fe que compartimos, cada persona alrededor nuestro es parte de nuestra familia, obviamente no la familia consanguínea; sino la familia que hemos adquirido como don del amor que hemos recibido de Dios. Ésta también es nuestra preocupación y nuestro desvivir. En una sola idea: la humanidad entera es la familia que por amor, queremos cuidar.

Esta idea no es una obligación ni tampoco un imperativo draconiano; sino que nace de esta visión de amor que busca la equidad para todos. En especial, para los desfavorecidos de toda índole, porque en esa fragilidad vemos el valor de nuestra humanidad que puede verse mermado y, como viene aconteciendo, silenciado con la muerte.

Por ello, cada uno de nosotros es un guardián.

Desde lo más pequeño y a veces, ante nuestros ojos, mínimo que podamos hacer. Procuremos irradiar este amor recibido y a la vez exigir y luchar contra esta cultura de muerte que vivimos actualmente.

Oraciones-desde-la-vida-profesionales-cristianos-px-2016-madridQue nuestros esfuerzos estén encaminados a la construcción de una sociedad más fraterna en clave del amor recibido. Ir a “contracorriente” es el camino del cristiano, anunciar y denunciar las injusticias, por más pequeñas e insignificantes que parezcan. Porque si callamos ante lo pequeño, no podremos tener voz cuando la injusticia se vuelva moneda de cambio por un poco de humanidad, como ocurre actualmente. Nuestro ser guardián nos exhorta a estar atentos a los “signos de los tiempos”, porque en ellos se juega nuestra humanidad y nuestro ser cristiano. No desfallezcamos en esta tarea y juguémonos la vida por edificar un reino de fraternidad, aquí y ahora.

Dejamos esta oración que compartimos con nuestros hermanos de la Juventud Estudiante Católica – JEC en la parroquia Santa María del Buen Aire en nuestra reflexión de cuaresma, que representa este sentir:

No digas Padre Nuestro si…

 No digas: PADRE si cada día no te portas como su hijo.

No digas: NUESTRO si vives aislado en tu egoísmo.

No digas: QUE ESTÁS EN EL CIELO si solo piensas en las cosas
terrenas.

No digas: SANTIFICADO SEA TU NOMBRE si no lo honras ni lo
alabas.

No digas: VENGA A NOSOTROS TU REINO si lo confundes con el
éxito material.

No digas: HÁGASE TU VOLUNTAD si no la aceptas cuando es  doloroso.

No digas: DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA si no te  preocupas por la gente con hambre, sin cultura y sin vivienda.

No digas: PERDONA NUESTRAS OFENSAS si guardas rencor a tu hermano.

No digas: NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN si tienes intención de seguir pecando.

No digas: LÍBRANOS DEL MAL si no tomas partido contra el mal.

No digas: AMÉN si no has tomado en serio las palabras del PADRENUESTRO.

 

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