EL AUTOCUIDADO.

En la noche del día 1 de diciembre de 2022, en la Parroquia Ntra. Sra. De Guadalupe de Badajoz, nos volvemos a reunir para seguir profundizando en la cultura del cuidado y lo hacemos de la mano de Yolanda Vaquero Martínez, sicoterapeuta del centro de desarrollo personal CLAVES.

Quizá se ha prestado poca atención a la dimensión del cuidado que nos ocupa: el autocuidado. La acción de cuidar presupone que es el necesitado quien requiere toda la atención del cuidador, que pasa automáticamente a segundo plano. Cuidar es una actividad altruista y un deber moral, ahora bien, el autocuidado también es necesario y no debe obstaculizar el cuidado del otro.

Nos relacionamos con dificultad con el autocuidado porque es un aspecto cargado de prejuicios y de aprendizajes tempranos que no siempre son sanos. En nuestra necesidad primaria de ser queridos, introyectamos modelos de conducta que van sepultando nuestra esencia y que nos castigan más que nos liberan. Nos adaptamos a los imperativos externos y nos hacemos sordos a nuestras necesidades y deseos. En edades tempranas, puede ser adaptativo; pero cuando nos hacemos adultos, somos responsables de mirar en nuestro interior y discernir entre lo que nos hace daño y lo que nos libera. Entendemos que cuidarnos es necesario, pero no integramos su importancia. Nos resulta difícil encontrar en nuestra agenda un momento para disfrutar. Nos da “reparo” disfrutar. De hecho, parece que hemos olvidado el mensaje central del Evangelio: amar a Dios y al prójimo como a ti mismo. Desde este presupuesto, amor y cuidado van de la mano.

¿Qué ocurre entonces?

Yolanda nos invita a poner el foco en los diferentes aspectos que nos conforman: nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones; y nuestra esencia. Tenemos un crítico interno que acogota a nuestro yo más genuino. Se impone, por tanto, estar atentos a ese tirano interno que nos machaca con la culpa o la infravaloración y atender a nuestra esencia. Tendremos que aprender a mirarnos de otro modo: con respeto y amor. Reconocer nuestras necesidades y debilidades, tratarnos con compasión, aceptar el placer y disfrute como algo necesario, sentirnos agradecidos nos hace más libres y capaces de elegir, deslindándonos así de imposiciones y manipulaciones. Aprender de nosotros nos ayudará a aprender de y con los otros. Conocernos nos coloca ante el mundo de una determinada manera que nos hace más libres y sabios. Cuidarse a uno mismo requiere ejercitarse en el control de apetitos y pasiones para no confundir capricho con necesidad. Reconocer nuestras necesidades y nuestras debilidades allana el camino que nos lleva a empatizar con las necesidades de quien necesita cuidados y facilita que se los procuremos desde un espacio de libertad y sabiduría. Cuidar desde el amor y no desde el sacrifico. Elegir cuidar/cuidarnos desde la libertad que procura nuestro asistente interior, ese que observa qué es auténtico y qué impuesto.

Cuando cuidamos desde el sacrificio y la imposición externa o interna -mucho más exigente en la mayoría de los casos-; el necesitado de cuidado percibe nuestra incomodidad porque el lenguaje corporal es más potente y evidente que cualquier intento de disimulo.

Si nos hacemos conscientes de nuestra esencia podremos establecer relaciones sanas con otras partes de nosotros. Somos responsables de nuestra vida, de nuestras emociones y pensamientos. Somos presencia en la vida que nos rodea y en el mundo de las relaciones. Nacemos necesitados de relación.

Es necesario partir de un estado de presencia, consciencia y responsabilidad para llegar a la esencia: el amor. Y entender el cuidado desde una perspectiva global, abarcando la dimensión corporal, la emocional, la mental, la relacional y la espiritual. Somos responsables de nuestra vida y de ofrecerle el cuidado que requiere.

Nuestra parroquia quiere ser un espacio de cuidado donde cada persona encuentre su lugar, un lugar que nos permita agradecer el don de la vida y entenderla como servicio.

Lo importante es, más que lo que hacemos, desde dónde lo hacemos.

Amamos a Dios y al prójimo como nos amamos a nosotros, no hay diferencia.

Mabel López Yanes