Hecho de vida

Por mi profesión y por estar en un Comité de Bioética, vivo de cerca la experiencia del maltrato. Es decir del trato inhumano e indigno que sufren tantas personas anónimas en sus relaciones personales y también en su relación con los profesionales sanitarios. Muchas de las consultas al Comité evidencian esa prepotencia y desprecio  que muestran profesionales de todos los estamentos hacia los pacientes y sus familiares. Esa vivencia me confronta con la maldad y la crueldad que también anida en el alma humana. Este es un hecho que me interpela en lo personal como cristiana y también en lo comunitario, puesto que pertenezco a un grupo vinculado a la Iglesia, portadora (que no poseedora) de un mensaje de esperanza y de un proyecto de Vida Buena (que no de buena vida).

Pero además, como ciudadana vivo con preocupación la deriva deshumanizadora y perversa que está tomando nuestro mundo, creando cada vez más víctimas inocentes sin que aparentemente se pueda hacer nada para evitarlo. Los diversos escritos del papa Francisco nos llaman continuamente a denunciar, a mancharnos las manos, a mirar de frente lo que ocurre.

En el Evangelio que se proclama cada día en toda la Iglesia, nos llegan claves e interpelaciones que nos confrontan con esos acontecimientos.

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Palabra: Evangelio

Este día, al atardecer, les dice: « Pasemos a la otra orilla. » Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: « Maestro, ¿no te importa que perezcamos? » El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: « ¡Calla, enmudece! » El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: « ¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? . Se quedaron espantados, y se decían unos a otros: «Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Mc 4, 35-40

«Este texto está lleno de contrastes: la calma de Jesús, durmiendo serenamente y la violencia de la tempestad, la incapacidad de los discípulos para dominar la situación y la palabra llena de fuerza de Jesús que hace retornar la calma. La angustia de los discípulos y la confianza de Jesús…

El mar es a menudo un espacio de lucha lleno de peligros… “Pasar a la otra orilla» saca a los discípulos de su zona de confort, del espacio donde tienen todo controlado, y les lleva a la intemperie. un lugar donde no hacen pie, y en el que para no ahogarse hay que permanecer en calma, con confianza, sin oponer violencia.  Los discípulos se ponen en camino con Jesús, hacen esta travesía de las riberas conocidas hacia nuevas fronteras; y es en esta experiencia de ponerse en camino hacia lo desconocido la que hace brotar miedos, angustias, desconfianza…Solo la calma profunda de Jesús les hará retornar a la confianza…

En nuestra vida no faltan estas travesías hacia lo desconocido; una enfermedad, un momento de sufrimiento familiar, una situación personal complicada, la necesidad de acomodar nuestra vida con opciones más comprometidas con la justicia…

 

Cuando nos decidimos a no caminar por la superficie sino bien conectados con la entraña de la vida, siempre hay una situación que nos llama a «pasar a la otra orilla». Y es bien cierto que no hacemos pie, que da miedo perder el control, pero se nos regala la posibilidad de vivirlo con paz, confiados y arraigados en este amor que nos lleva y que vela por nosotros, confiados en esta voz interior que dice a todo lo que nos amenaza: «calla, estate quieta» y que nos dice; «por qué sois tan cobardes?» invitándonos a descansar  la vida en este Otro que nos habita»

Patrícia Hevia Colomar, en Espaisagrat.

Llamadas

PADRENUESTRO CON LOS ENEMIGOS

Padre nuestro que estás en el cielo…

Comienzo cada día recordándome que formo parte de una fraternidad universal que atraviesa el espacio y el tiempo.

Decir Padre-Madre con conciencia plena, significa no creerme superior a nadie, ni más querida, ni con más derechos. Porque, aceptando humildemente que no pertenezco al lado equivocado de la vida (aunque a veces sucumba a sus encantos) , no puedo dejar de ver que hay muchos hermanos firmemente (o ciegamente?) instalados en ese lado siniestro… me desborda el misterio de la gracia y también el del pecado.  Lo que soy, lo que tengo, donde estoy, con quienes convivo…todo es un regalo que acepto agradecida.

Santificado sea tu nombre:

Me abruma pensar en cómo puedo yo santificar tu nombre. Pero enseguida recuerdo que estoy rezando en plural, que la comunidad a la que pertenezco entona un canto, que va siendo día a día repetido en todo el mundo: «por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias…» Santificar tu nombre es presentarme ante ti cada día con actitud de agradecimiento: «porque existes, porque avisas, porque anoche en el cielo tus astros se movían…»

Venga a nosotros tu Reino:

«Señor Dios, rey celestial…» Que participemos ardientemente en el deseo, motor de la esperanza activa, de que tu Reino inunde los corazones de las personas, que ese deseo nos mueva a construir, cada día, contigo, el mundo que soñaste y nos entregaste con generosidad y confianza. Que este mundo de tinieblas y maldad con el que convivimos sea vencido por la fuerza del amor que depositaste en la gente más sencilla y pobre.

Oraciones-desde-la-vida-profesionales-cristianos-px-2017-042Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo:

Tú creaste el mundo, nos creaste a nosotros para la plenitud en Ti. No podemos aspirar a mayor felicidad que deriva de que se haga tu voluntad. ¿Por qué entonces tanto miedo a pronunciar esta frase? Recuerdo a María: «Hágase en mí según tu Palabra…» y a Jesús en la cruz: «En tus manos encomiendo mi espíritu…» ¿me atreveré sumergirme con ellos en ese proceso de desapego de tantas necesidades que me atrapan? (seguridad material, dependencias afectivas, reconocimiento…)

Rezar esto cada día me invita a abandonarme, a renovar mi confianza. Callar, con ese «silencio que nos conduce a nuestra identidad más radical…» y escuchar atentamente lo que quieras decirme, y también tus silencios…»Porque el fundamento de la confianza nunca son las demostraciones, sino la confianza misma. Se confía porque se ha experimentado que merece la pena confiar. No hay señal que valga. La única señal es el rostro radiante y risueño de quien ha confiado» (Pablo d’Ors, en Palabra y Vida)

Danos hoy nuestro pan de cada día:

Que no te pida acumular y asegurar mi vida en el futuro. Tu dinámica es dar para hoy, de manera desbordante, por añadidura, dar para que repartamos. Que seamos capaces de discernir lo que cada día necesitamos para trabajar por tu reino y finalizar el día confiados y descansando en tus brazos amorosos sin esa ansiedad y deseo de control que nos «nubla el amor y nos enturbia la paz».

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden:

De nuevo pedimos perdón, no solo por nuestras faltas personales, sino también en nombre de otros hermanos que ni tan siquiera saben la buena noticia que tu testimonio de vida representa: «Yo tampoco te acuso. Anda y no peques más».

Es más fácil pasar de puntillas por esta afirmación, como si no tuviéramos enemigos. Porque reconocer que los tenemos, implica hacer el esfuerzo de perdonarles, de comprender, de implicarse en la conversión de otros, lo cual a su vez exige que nosotros también cambiemos. Unirnos de nuevo a Jesús en la cruz: «perdónalos, porque no saben lo que hacen». La tarea del perdón va unida al compromiso: si una causa del mal es la ignorancia es nuestro deber combatirla.

Por mi profesión y por estar en un Comité de Bioética, vivo de cerca la experiencia del maltratoY no nos dejes caer en la tentación:

De nuevo rememoramos el Evangelio y sentimos en carne propia nuestra tendencia a acumular, a dominar y controlar al otro, a no saber reconocer y agradecer lo que recibimos, a evitar y soslayar el compromiso en la venida del Reino.

Pero pedimos también no caer en la tentación de ser cómplices del mal, de consentirlo, de mirar hacia otro lado, de dejarnos arrastrar por la sensación de impotencia, y convivir cómodamente con el bienestar, como si fuera nuestra conquista. Es la «banalidad del mal» lo que hace posible que a lo largo de la historia de la humanidad haya existido y siga existiendo el maltrato, el genocidio y tantos otros holocaustos consentidos.

 Y líbranos del mal

«No permitas que me separe de Ti». Líbranos Señor de cerrarnos al soplo de tu Espíritu que se nos ofrece sin condiciones. Que no pase un solo día sin que reservemos un espacio y un tiempo para contemplar cómo nos habitas.

Amén

Canto:

Alabad al Señor, Dios de los cielos, Amen Aleluya.

Alabad al Señor desde esta tierra, Aleluya amén

Alabadle por sus grandiosas obras, Amen Aleluya

Alabadlo por su inmensa grandeza, Aleluya amén.

Todo cuanto respira, alabe al Señor

Amen aleluya, Alabe al Señor, Aleluya amén.