Hacemos silencio
Padre, nos queremos hacer conscientes en esta reunión de Tu presencia. Hoy nos acompañas. Queremos avanzar en ese camino de santidad planificando este año poniéndote como centro de nuestras vidas. Nos reconocemos pecadores porque caemos en la tentación de alejarnos de Ti. Ilumínanos para poder reconocerte en lo cercano, en el detalle, en nuestro compañero de trabajo sin vocación, en el cliente pesado, en el jefe amable o en la reconciliación tras el enfado.
“Hace unos días, estaba en clase con 5 alumnas ensayando una obra que tocan todas y tocarán en un concurso en diciembre. Yo estaba cabreado porque no salían las cosas, le había dedicado unas horas a prepararles las partituras, hacerlas a ordenador,… y ahora veía que no querían estudiárselas. Llevábamos desde principio de curso con esta canción y no se la sabían. Les había gritado. Estaba enfadado. En estas, vi como Espe le explicaba a Alba algo al oído y muy amablemente le ayudaba a tocar un trozo que no le salía. Luego Alba me dijo “es que esto no me lo habías enseñado”. Yo no me di cuenta de esto, de hecho ni la escuché apenas y continuamos ensayando hasta el final de la clase. Por la noche pensé en Espe y su cariñosa forma de ayudar a Alba, su atención, su discreción su eficacia, su lenguaje directo para que a una compañera, sin pedírselo, sin obligarle yo, le ayudara. Sentí amargura por no darme cuenta de las necesidades de los alumnos a los que digo ayudar. Pena al sentirme egoísta, por pensar más en lo poco que aprecian mi trabajo, que, en lo que yo puedo aportarles. Descubrí a un Dios sutil, silencioso, cotidiano, sin destacar, cercano al que lo necesita, que también cuestiona al que en ese momento ostenta el poder y sus lagunas como profesor.
Un Dios como la viuda pobre “que echó dos moneditas” frente a los ricos que aparentaban aportar grandes cantidades. Jesús no se identifica con las apariencias sino con quien aporta lo que tiene, lo que es. Que se hace presente en lo que nos rodea, en una niña de 10 años, para decirnos que nos bajemos de nuestros pedestales, de nuestras falsas imágenes de “yo hago bien mi trabajo”, de “quién se cree este para decirme a mi como tengo que hacer las cosas” para que nos acerquemos a la humildad, al Otro, a los cercanos y los alejados. Para que seamos viudas pobres y no falsos hipócritas.
Nos paramos a contemplar nuestra última semana. ¿Dónde se ha hecho Dios presente?, ¿en qué inapreciable momento Dios me habla?, ¿sobre que pedestales estoy instalado?, ¿qué pedestales me construyo?…
Acabamos rezando todos juntos:
Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén