Hace cosa de un par de meses mi madre fue a la revisión de la vista y el oculista le comentó que tenía drusas en los ojos y que si éstas llegaban a ocupar una zona de la retina, perdería la vista. “¿Qué puedo hacer? – preguntó alarmada mi madre. “Nada” – contestó el oculista – “yo ya no puedo hacer nada por usted, hable con su médico de cabecera”, y la mandó para casa.

Cuando a los días nos contó esto, os podéis imaginar la alarma que causó en todos. No sabía cómo se llamaba la enfermedad que tenía, ni si era a largo plazo o a corto, ella sólo sabía que su oculista le había dicho que iba a quedarse ciega y que él ya no podía hacer nada por ella. Por suerte el dinero no es un problema y al día siguiente tenía cita con un especialista en retina que nos aclaró todas las dudas.

Obviando la preocupación por mi madre, una de las cosas que no entendía era la actitud del oculista. Conozco al médico desde hace muchos años y es un buen profesional, no sabía cómo podía haber mandado a mi madre a casa sin más después de darle una noticia como esa.

Así que cuando me tocó hacerme la revisión de la vista, lo “encaré” y le pregunté por lo que había pasado, y fue muy curioso ya que él me dio una explicación muy parecida a la que le dio a mi madre, imprecisa, técnica y muy abierta a interpretaciones. Quizás no fue tan brusco como mi madre nos dio a entender, quizás él habló de perder la visión y no de quedarse ciega, seguro que él no sabía que el padre de mi madre (mi abuelo) se fue quedando ciego poco y lo doloroso que esto fue para toda la familia. El hecho es que él no fue consciente de la angustia y preocupación que sus palabras tuvieron en mi madre.

Este hecho me hizo pensar, en cómo desde lo personal o lo profesional transmitimos nuestros mensajes, cómo a veces no somos o no queremos ser conscientes de cómo el otro interpreta aquello que le estamos diciendo. En este caso no había malicia o dejadez por parte del médico. Él tenía ya hecho su discurso para explicar un diagnóstico y no había valorado lo que el discurso podía significar para quien lo escucha, no adaptó el discurso a la persona que lo estaba oyendo.

Esto me pasa a mí con frecuencia, cuando alguien me llama y me pregunta por su caso. En muchas ocasiones la rutina y la costumbre me puede, deja de importarme quién me pregunta, cómo puede ser interpretado mi mensaje y la angustia que esto puede ocasionar en la persona que me pregunta, yo me limito a dar una respuesta adecuada al literal de la norma, ajustada a derecho. No tengo en cuenta las circunstancias personales de quien me llama, me preocupa más ser respetuosa con la norma, acabar pronto la conversación, atender al siguiente.

Del evangelio según San Marcos 4, 33: Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. 4, 34: No les hablaba sino en parábolas.

Y esto me cuestiona cómo me acerco a los demás, cómo me relaciono con ellos cuando estoy realizando mi trabajo, desde dónde les hablo. Pienso en el otro ¿cómo un hermano?, ¿cómo alguien con quien compartir mi conocimiento, a quien puedo ayudar con mi trabajo?, ¿o son meros números, clientes a los que hay que atender, prestarles un servicio y pasar al siguiente?

Hagamos unos momentos de silencio sobre la forma que Jesús tenía de acercarse a los demás.