Es ésta una propuesta del grupo de PX de Madrid para celebrar una Sesión de Oración sobre La Esperanza, de aproximadamente una hora de duración.
“Que Dios, de quien procede la esperanza, llene de alegría y de paz vuestra fe; y que el Espíritu Santo, con su fuerza, os colme de esperanza”.
Romanos 15, 13
Música y silencio
Vamos, en este rato de oración, a hacernos conscientes de ese gran tesoro que es la esperanza y a pedir al Espíritu que nos colme de ella.
Comenzamos por calmar nuestra mente.
Nos sentamos con la espalda recta, los dos pies en el suelo, las manos sobre las rodillas o una palma sobre otra. Cerramos los ojos y nos vamos haciendo conscientes de nuestra presencia aquí y ahora, comenzando por nuestro propio cuerpo, nuestra casa primordial. Lo recorremos lentamente desde los pies a la cabeza. Dejando que cada parte por la que pasamos se relaje un poco más…
Nos concentramos en respirar, suavemente, observando el movimiento de la respiración, sin tratar de cambiarlo…
Apartamos nuestros pensamientos –no nos peleamos con ellos, los dejamos ir- y volvemos a concentrarnos en respirar simplemente, conscientes de esa vida que está aquí en nosotros y se expresa en cada inspiración y espiración.
Música y silencio
Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel. La Caridad es una madre ardiente, toda corazón. Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos. La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos. Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza… La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres, que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos, a los pobres… Pero mi pequeña esperanza es la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las tres Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo… La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo. Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de la tierra. Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad, mi hija la Caridad, ampara todos los infortunios del mundo. Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las tres Virtudes.
Charles Péguy (El misterio de los santos inocentes)
Música y silencio
Razones para la esperanza
“A quien me pregunta por qué soy un hombre de esperanza, a pesar de la actual crisis, les respondo: Porque creo que Dios es nuevo cada mañana. Porque creo que está creando el mundo en este mismo momento. No lo ha creado en un pasado nebuloso, dejándolo en el olvido desde entonces. Está sucediendo ahora; por eso tenemos que estar dispuestos a esperar lo inesperado de Dios. Los caminos de la Providencia son absolutamente sorprendentes. No están en los pronósticos de los sociólogos. Dios está aquí, junto a nosotros, imprevisible y amoroso. Soy hombre de esperanza y no por razones humanas ni por un natural optimismo, sino sencillamente porque creo que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en el mundo, incluso allí donde su nombre es ignorado. Soy optimista porque creo que el Espíritu Santo es siempre el Espíritu creador que ofrece cada mañana, a quien sabe acogerlo, una libertad nueva y una gran dosis de alegría y de esperanza. La dilatada historia de la Iglesia está llena de maravillas del Espíritu Santo… Juan XXIII fue una de ellas. El Concilio, otra. No esperábamos ni al uno ni al otro. ¿Quién se atrevería a decir que la imaginación y el amor de Dios se han agotado? Esperar es un deber, no un lujo… ¡Felices los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su sueño tome cuerpo en la historia de los hombres!”
Cardenal Suenens
Música y silencio
¿Qué alimenta nuestra esperanza? ¿Sabemos nosotros distinguir esos signos de esperanza en nuestra vida, nuestro mundo y nuestra Iglesia, como hacía el cardenal Suenens después del Concilio?
Pensemos unos minutos en las personas y situaciones que alimentan nuestra esperanza.
Puesta en común de las razones de nuestra esperanza
Ponemos en común esas personas y situaciones que son la razón de nuestra esperanza. Lo hacemos tratando de hablar de personas y experiencias concretas. No decimos “yo pienso” o “yo creo que…”. Sino que narramos una experiencia, contamos un hecho, describimos a una persona.
No debatimos ni discutimos la experiencia de los otros: las escuchamos y acogemos desde el respeto.
La esperanza activa: somos las manos de Dios
(diferentes personas leen, lentamente, los textos siguientes, con una breve pausa entre ellos)
En la Carta de 2003, el hermano Roger, de Taizé, recuerda: «La fuente de la esperanza está en Dios que solo puede amar y que nos busca incansablemente.»
Escribiendo a los Romanos, San Pablo evoca los sufrimientos de la creación en espera, los compara con los dolores de parto. Después continua: «Nosotros también, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente» (Romanos 8, 18-23). Nuestra fe no nos sitúa en una posición privilegiada, fuera del mundo, sino que nosotros «gemimos» con el mundo, compartiendo su dolor, pero vivimos esta situación en la esperanza, sabiendo que en Cristo, «las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya» (1 Juan 2, 8).
Esperar, es primeramente descubrir en las profundidades de nuestros días una Vida que continua y que no puede parar. Acoger esta Vida incluso con un sí de todo nuestro ser. Y lanzándonos en esta Vida, somos conducidos a poner, aquí y ahora, en medio de los azares de nuestra vida en sociedad, signos de un porvenir distinto, semillas de un nuevo mundo que, a su momento, traerán su fruto.
Taizé
“La esperanza no es el “opio del pueblo”, sino un estímulo para la trasformación del mundo bajo el horizonte de las promesas de Dios, precisamente en favor de los más pobres y pequeños.
La esperanza cristiana es la fuerza propulsora de todas las esperanzas intramundanas, las penetra con todos sus esfuerzos y les da nueva vida con la confianza en la misericordia y omnipotencia de Dios cuando ellas han llegado al final de la propia fuerza”.
Kerstiens
Reflexión personal sobre la esperanza activa
Sabemos que la esperanza ha de ser activa. “Las personas necesitan sentirse amadas por Dios a través de nosotros. Esto las afirma en su humanidad, levanta su autoestima, les da ánimo para enfrentar los peores dolores”, dice la profesora de la universidad de Rio, Ana María Tepedino. Nosotros somos las manos de la esperanza de Dios en el mundo. Decía Mounier que “El reino en que creemos existe desde este instante si yo lo acepto, como un fulgor que me rodea. Es la esperanza una virtud presente, es una brecha en la angustia, una brecha en las lágrimas. La esperanza es la confianza en lo real y no un modo de calafatear con nuestros sueños nuestros fracasos presentes”.
Tener esperanza no es pedir curarse o aprobar un examen. Situar la esperanza en algo concreto y material es origen de frustraciones, aunque sea legítimo que lo pidamos. Esperar es pedir y confiar en que, pase lo que pase, de esa situación saldrá algo mejor para nosotros, aunque no lo percibamos. Esa esperanza moviliza nuestra energía interior para afrontar las situaciones delicadas, y para percibir en ellas la gracia de Dios.
¿Somos nosotros sembradores de esperanza?
Pensemos por unos instantes en situaciones en las que lo hemos sido. O en las dificultades que hemos tenido para esperar…
Puesta en común sobre la esperanza activa
Ponemos en común nuestra experiencia. No discutimos ni comentamos, exponemos y narramos. Y escuchamos la de los demás.
Lectura final
“Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza. Una esperanza que no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones”.
Romanos, 5, 2-5
Música y silencio