¿Elegimos desempeñar una profesión o realizamos un trabajo?
Esta pregunta me surge muchas veces en mi jornada laboral, cuando veo situaciones que no encajan en lo que yo entiendo por desempeñar un trabajo con dedicación y profesionalidad.
Puedo hablar de escaquearse del trabajo, que es como lo más habitual y común en muchas profesiones, ya que siempre está el típico que si puede evitar hacer algo, pues lo evita, “la ley del mínimo esfuerzo”, sin importarle ni más mínimo las consecuencias que pueda traer el no hacerlo.
En mi trabajo las consecuencias pueden ser más o menos importantes, pero siempre van a recaer sobre personas, y no cualquier tipo de personas, sino personas enfermas, dependientes, necesitadas de una atención especial, etc.
A veces pienso que parece mentira que estemos trabajando cuidando y curando a gente. Sobre todo cuando ves la falta de dedicación, de humanidad, de formación o conocimientos de algunos médicos (y no pocos), junto con el pasotismo en su trabajo. (Esto se puede hacer extensible a todos los gremios de la sanidad: enfermeros, auxiliares, celadores, etc).
Pero me llama mucho la atención la actitud y las aptitudes de algunos médicos de mi servicio, tanto en su trabajo con los pacientes como en su trato hacia el personal de enfermería, dónde muchas veces prima la desconfianza hacia nosotros y nuestro trabajo.
Me parece increíble que ante la pregunta que les hacemos en un momento determinado de: “¿por favor puedes venir a ver a este paciente que se está poniendo bastante mal?”; ellos contesten: “¿qué médico lleva a ese paciente?”, en vez de levantar el culo rápidamente del asiento y acercarse a verlo. Pero si pasa algo, no pasa nada, porque ya se cubrirán bien entre ellos. Y así en infinidad de situaciones. Pero ojo que a la enfermera o a la auxiliar se le pase cualquier tontería, que la arman y gorda.
También es muy frecuente y muy notable la poca accesibilidad que muestran, tanto de cara a los pacientes y familiares, como de cara a nosotros, que a veces te da miedo preguntarle dudas sobre cualquier cosa del paciente, o llamarles porque a uno le duele algo, otro está con fiebre, o aquel quiere simplemente hablar con el médico. (Es decir, cosas que tú no puedes resolver, y para las cuales están ellos allí, cobrando y no poco).
El evangelio de Lucas, nos ilumina con la parábola del buen samaritano
En esto un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó: —Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: —¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? Respondió: —Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Entonces le dijo: —Has respondido correctamente: obra así y vivirás. Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo? Jesús le contestó: — Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta.¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes? Contestó: —El que lo trató con misericordia. Y Jesús le dijo: —Ve y haz tú lo mismo. (Lc 10, 25 – 37)
En la segunda carta de Pedro, encontramos una exhortación a consolidar la vocación recibida:
El poder divino nos ha otorgado cuanto conduce a la vida y la piedad, por medio del conocimiento del que nos llamó con su propia gloria y mérito. Con ellas nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas participéis de la naturaleza divina y escapéis de la corrupción que habita en el mundo por la concupiscencia. Así pues, no ahorréis esfuerzos por añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento el dominio propio, al dominio propio la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el afecto fraterno, al afecto fraterno el amor. Si poseéis esos dones en abundancia no quedaréis inertes ni estériles para conocer a nuestro Señor Jesucristo. Y quien no los posee está ciego y va a tientas, olvidado de que lo han purificado de sus viejos pecados. Por tanto, hermanos, esforzaos por afianzar vuestra vocación y elección. Si obráis así, no tropezaréis; antes bien os darán generosamente entrada en el reino perpetuo del Señor nuestro y salvador Jesucristo. (Pe 1, 3 – 11)
Entonces ante todas estas situaciones yo me pregunto:
-¿Han elegido esta profesión por vocación o por prestigio y remuneración?
-¿La dedicación personal y la humanidad están pasadas de moda?
(momento de silencio y compartimos)
Terminamos la oración rezando:
Padre Nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén