Hay días que al salir de la oficina tengo el corazón un poco más encogido que cuando entré y es que hay días en los que la realidad te pilla con el paso cambiado y no importa lo distraído que estés, la experiencia que tengas, la coraza que creas que llevas. Hay días que la realidad te da en plena línea de flotación y te toca.

El otro día vino a la oficina, un refugiado ucraniano, traía escrito en un papel una relación de certificados y lo único que decía era “necesito ayuda, necesito ayuda, ¿quién me ayudará?…”. Apenas hablaba español y no entendíamos lo que decía y lo que quería. Por lo visto alguien le había apuntado los documentos que necesitaba y lo había enviado a mi oficina.

Se notaba su frustración por no poder ser entendido y su impotencia al no poder comunicarnos lo que necesita. Al final sacó su móvil y después de no pocos malos entendidos y peores traducciones del Google traductor descubrimos que había hecho un curso de formación y que necesitaba unos certificados para poder solicitar una beca…. La beca era de sesenta euros.

Del evangelio de San Marcos;

Se le acercó un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice “Si quieres, puedes limpiarme”

Compadecido de él extendió su mano le tocó y le dijo “Quiero, queda limpio.” Y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1, 40-42)

Pienso en ese leproso que se acercó a Jesús, ¿cuánto valor debió de necesitar para acercarse a él, cuántas veces había sido rechazado, expulsado, insultado e incluso apedreado al acercarse a alguien?

Y también pienso en el hombre que se acercó a mi oficina, en su frustración al no ser entendido, en su impotencia para poder comunicarse, en su indefensión al depender de la buena voluntad de otros para conseguir lo que necesitaba y en su necesidad, que le llevaba a repetir una y otra vez “ayúdenme, ayúdenme…¿quién me ayudará?”

Ambos estaban pidiendo ayuda, y ¿qué hizo Jesús? Jesús extendió su mano y le tocó. Podía haber levantado las manos o simplemente decir las palabras. No hay que saber mucho de medicina para saber que a los leprosos no se les toca…. pero Jesús extendió su mano y le tocó.

¿Cuánto tiempo llevaría ese hombre sin sentir que alguien le tocaba? ¿cuántas veces habría sentido el rechazo de otros? ¿Cuántas veces vería que al acercarse él, la gente se alejaba?

¿Cuántas veces habrá sentido la impotencia de no poder comunicarse? ¿cuántas veces no habrá podido obtener lo que necesita al no ser entendido? ¿Cuántas veces habrá sentido el rechazo, la indiferencia, el recelo por ser diferente?

Nosotros no podemos curar la lepra, pero si podemos prestar atención, dedicar tiempo, poner ganas, utilizar el Google traductor, simplificar nuestro lenguaje, sonreir al atenderlos, explicarles lo que no entienden … No podemos curar la lepra, pero podemos decir “aquí estoy, ¿cómo te ayudo?, tomemos un café o llámame si necesitas algo. Podemos estar atentos, disponibles dispuestos, cercanos.

Nosotros no podemos curar la lepra, pero podemos acercarnos, extender nuestra mano y tocar.

Padre, Tú más que nadie conoces nuestras limitaciones, nuestras incapacidades, nuestras excusas, nuestras comodidades. No nos dejes caer en ellas, justificarnos en ellas, quedarnos en ellas. Haznos atentos, dispuestos, cercanos, accesibles a las necesidades de los otros para ser fieles testigos de Aquel que extendió su mano, tocó y curó.

AMEN

Profesionales Cristianos

Diocesis de Zaragoza