Yo soy los otros
Dice Rosa Montero en su libro “La ridícula idea de no volver a verte” que el verdadero dolor es inefable. Si podemos hablar de lo que nos duele, entonces es que no nos duele tanto. La pena, la tristeza que de verdad importa es la que te entierra como si te cubriesen montones de piedras, ahogándote, privándote del aire de la vida. Quizá porque esa vida está unida a un cierto grado de alegría…
Rosa escribe este libro desde la experiencia de perder a su pareja. Yo recupero el himno de la liturgia de las horas y lo medito… “que cuando llegue el dolor / que yo sé que llegará / no se me enturbie el amor / ni se me nuble la paz”. Y me sitúo ante el dolor de los otros, como antesala del propio, ahora que puedo hablar contigo.
El dolor rápido, que llega vulnerando la integridad, para hacer tambalear esos pilares que pensaba firmes, rocosos como certezas indubitables. ¿Para qué, ahora, la seguridad de la cosecha recogida en el silo? Ese dolor, que se muestra en los otros y que no tiene sentido (porque al final, solo el amor lo tiene), que me rompe en su injusticia, sorprende como ladrón en la noche.
Señor, me presentan las historias de dolor esa realidad finita de criatura débil, vulnerable y desnuda ante la realidad. Incapaz siquiera de mantener la vida a flote si no es por tu Gracia. La gloria de Dios es que el hombre viva, y veo que tu gloria aparece cuando vivimos juntos, cuando somos instrumentos de esa gloria al transmitir la caricia de Dios en la mano del cuidado.
No lo sé a ciencia cierta, y tampoco sé si me engaño al pensarlo. Pero en esa realidad de muerte, veo Señor que tu ausencia es también presencia y llamada. No estás en el dolor, pero te dueles conmigo. No estás en la muerte, pero puede que mueras con nosotros. Hasta el final, no te suelto, estoy cerca, pareces decir en el aire frío que rodea la tragedia. Y veo que me reconozco en los otros, que soy yo en los otros, que mi vida está ligada para siempre a los otros y que quizá la fraternidad a la que nos llamas, como principio de realización, de vida y de fecundidad, no sería posible sin los límites de lo vulnerable. Sin la intuición de que solo el cuidado hace posible el amor, la gratitud y lo gratuito.
Soy hermano de los otros con el destino trenzado en hilos de intemperie, Padre. Solo en los otros me encuentro. Solo en los otros te encuentro. Que no se me olvide.